El pensamiento hermético distinguió, hace decenas de siglos, aspectos de la psicología humana que los especialistas de nuestro tiempo admiten como fundamentales, utilizando diferentes nomenclaturas. Podemos hablar de tres niveles de conciencia en cada individuo: el yo sensorial, es decir, un cuerpo humano que tiene determinadas características (hombre, mujer, gordo, flaco, alto, bajo, etc.); yo, como “mi persona o lo mío” (lo que me hace pensar en “mi”, en mis emociones y reacciones, en mi cuerpo como atributo propio que utilizo y que incluso puedo desear modificar para que me represente de “otra manera”) y finalmente, Yo, como realidad profunda, capaz de concebir los otros dos yoes como dimensiones superpuestas a mi mismo; el ser íntimo y permanente que aflora en nuestra conciencia cuando, en momentos especiales, reflexionamos sobre “el conjunto de circunstancias en que nos encontramos”.
El género es el gran principio dual de la generación en el Universo, grabado en todo lo viviente. El proceso creativo parte de un impulso energético emitido por lo que llamamos ÀNODO o elemento masculino, que aporta una influencia dinamizadora sobre la otra concentración de energía, que llamamos CÁTODO o elemento femenino. Recibida esa influencia, el cátodo desarrolla combinaciones que dan lugar a nuevas formas.
Por otra parte, todo lo existente tiene dos polos o extremos y la diferencia entre uno y otro de esos extremos está en la intensidad de su vibración energética.
En cada forma generada existen dos polarizaciones de energía, yendo de una determinada intensidad vibratoria a otra más alta. El doble principio generador y el doble principio de polaridad se hallan en todos los individuos y el conocimiento del ser humano exige la consideración de este dato fundamental.
La impulsión anódica o masculina se manifiesta como voluntad . El mi, el estado mental en el que se entretejen los sentimientos, sensaciones y emociones provocadas por las influencias externas, suele confundir tales percepciones periféricas como constitutivas de su auténtico y esencial Yo. Es el estado que en Masonería describimos como piedra bruta . Esto es así en hombres y mujeres.
La eliminación de los condicionantes psicológicos negativos, derivados de circunstancias externas que inciden sobre el mi (sociales y medioambientales), es importante para la libre acción de la voluntad sobre la capacidad creativa humana. De ahí la necesidad de crear condiciones de vida justa para el desarrollo de cada ser humano, sean cuales sean sus circunstancias sexuales, raciales o de otro tipo. Cualquier entorpecimiento discriminatorio artificial entre hombres y mujeres ha de evitarse como injusto y contrario al principio dual del género. Sin embargo, la duda metodológica surge al tener que considerar si la distribución fisiológica de la humanidad en dos sexos complementarios es una circunstancia de la que pueda prescindirse al tratar los temas del mi.
La metodología masónica se orienta al perfeccionamiento humano a partir de principios universales como el de género y polaridad. La forma ritualizada del método pone de relieve la importancia que se atribuye al entramado anímico del hombre, a través del cual ha de llegar al conocimiento de sí mismo, autoanalizando los componentes de su yo-mi, de manera muy similar a la que en nuestro tiempo ha preconizado la psicología junguiana. Este propósito de tallar la piedra bruta, junto al de “unir lo disperso”, llegando a la síntesis de cuanto parece ser opuesto, concienciándonos de que todas las cosas representan aspectos de una misma realidad universal, caracteriza el desarrollo de la filosofía antropológica masónica, cuyas raíces se hunden en la noche del tiempo.
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