ESPIRITUALIDAD MASÓNICA
@Amando Hurtado
Los conceptos de laicidad y laicismo se abordan aún con apasionamiento “militante” en amplias áreas del mundo. Ello se explica por la tradicional impregnación religiosa de la sociedad y de las instituciones públicas sobre las que se han ido asentando nuestros Estados de derecho, a lo largo del silo XX. En ellos se ha sentido, de manera más específica, la necesidad de adoptar medidas drásticas conducentes a la emancipación civil y es en ellos donde es más preciso ahora aprender a distinguir entre “laicidad” como virtud ciudadana y “laicismo” como sistema opuesto a cualquier forma de espiritualidad.
ESPIRITUALIDAD MASÓNICA, por Amando Hurtado |
Los conceptos de laicidad y laicismo se abordan aún con apasionamiento “militante” en amplias áreas del mundo. Ello se explica por la tradicional impregnación religiosa de la sociedad y de las instituciones públicas sobre las que se han ido asentando nuestros Estados de derecho, a lo largo del silo XX. En ellos se ha sentido, de manera más específica, la necesidad de adoptar medidas drásticas conducentes a la emancipación civil y es en ellos donde es más preciso ahora aprender a distinguir entre “laicidad” como virtud ciudadana y “laicismo” como sistema opuesto a cualquier forma de espiritualidad.
El contenido simbólico de las enseñanzas de los maestros que, en todas las culturas y latitudes, han accedido a una forma “anagógica” del Conocimiento se ha visto sistemáticamente esclerotizado o disecado en dogmas diversos, recortados y embalados por los cuerpos o instituciones religiosas; pero la laicidad representa una actitud filosófica capaz de garantizar armonía en la vida social y no puede confrontar el derecho de quienes opten por interpretaciones dogmáticas del mundo. También es cierto que, en función de la intensidad de las fuerzas adversas, los propugnadores de la laicidad filosófica se vieron empujados hacia una militancia primeramente defensiva y más tarde combativa, frente a una concepción dogmático-religiosa de las estructuras sociales. Fueron aquellos enfrentamientos radicalizadores los que trasladaron a algunos de la laicidad al laicismo, cuyo apogeo en Europa se produjo durante la segunda parte del siglo XIX.
Pero lo que en nuestro tiempo está quebrándose es el propio paradigma o esquema general del mundo que ha venido rigiendo hasta el siglo XIX y buena parte del XX. Lo que parecía perfectamente encajable en el universo newtoniano mecanicista anterior, no es tan obvio con arreglo a la visión interactiva universal de paradojas, realidades opuestas y simultáneas, efectos sin causa evidente y virtualidades que nos va desvelando la Física contemporánea.
Es necesario eliminar el concepto retrógrado y caricaturesco de la laicidad que la limita al “anticlericalismo” o a un “laicismo” contrario a toda espiritualidad. La auténtica laicidad es una virtud moral y cívica, inseparable de la tolerancia y del respeto a los demás. Como signo de equilibrio interior, implica autonomía del pensamiento, sin recurrir a verdades tenidas por irrefutables e inverificables. La epiritualidad laica masónica respeta la búsqueda leal y prudente de la verdad personal. Tal vez por eso, Immanuel Kant, eminente intuidor, colocaba al sujeto pensante en el centro de toda experiencia y en particular de la experiencia moral, considerando a la persona humana capaz de ser su propio fin.
Esa espiritualidad no es una escapatoria de la realidad, sino que emana de la busca de lo que puede hallarse tras lo aparente; de una aspiración a lo absoluto que para nada niega el Gran Misterio universal. Consiste en una vinculación con los valores que apuntan a lo esencial, en una marcha interior personal hacia lo Bello, lo Bueno, lo Verdadero...
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